Ya tenemos a los ganadores del concurso de relato navideño...
Autora: Ainara Navarro.
Curso: 1º ESO D.
Título: Una Navidad diferente…
En un pequeño barrio cubierto de nieve, vivían Ana y José, unos abuelos cuya casa siempre había sido el corazón de las navidades. Durante años, allí se habían reunido sus hijos, nietos y amigos, llenando las habitaciones con risas y villancicos. Pero aquel año la casa estaba extrañamente silenciosa. La mayoría de la familia no podía viajar y sólo Ainara, la nieta más pequeña, iría a pasar la Navidad con ellos.
Esa noche, mientras la chimenea chisporroteaba, Ainara se acurrucó junto a su abuela en el sofá. ``Abuela, ¿puedes contarme una de esas historias de cuando eras niña?…algo de Navidad´´. Ana suspiró profundamente, mirando las llamas. ``Cuando yo era pequeña, Ainara, las fiestas no tenían que ver con grandes regalos. En mi casa éramos pobres, pero lo que más apreciábamos era algo que mi madre llamaba ``el tesoro familiar´´. Cada año en la víspera de Navidad sacábamos una vieja caja de madera. Dentro guardábamos pequeñas cosas: cartas, fotos, dibujos…cosas que nos recordaban cuánto nos queríamos. Mi madre decía que ese era el verdadero regalo, y tenía razón´´.
Ainara se quedó pensativa…``¿todavía tienes esa caja?´´. Ana, la abuela, entonces, con la mirada ensombrecida, negó con la cabeza. ``No, no la tengo. Se perdió hace muchos años, cuando nos mudamos, pero los recuerdos que contenía los llevo aquí´´, dijo señalándose con la mano el corazón.
Al día siguiente, Ainara desapareció durante toda la mañana. Los abuelos no se preocuparon mucho, sabiendo que su nieta solía salir a jugar. Por la noche, mientras sus abuelos preparaban la cena, Ainara apareció en casa con una caja de zapatos envuelta torpemente en papel de regalo. ``¡No la abran hasta después de cenar!´´, exclamó la chica con las mejillas encendidas de emoción. Los abuelos intercambiaron una mirada curiosa, pero aceptaron la petición de Ainara. Después de cenar, Ainara colocó la caja en la mesa y les pidió que la abrieran juntos. Al quitar el papel, Ana y José, los abuelos, encontraron una caja vieja, con dibujos. Dentro había toda una colección de pequeños tesoros: fotos antiguas, un dibujo de los tres hecho por ella misma y una carta escrita con letras torpes. José tomó la carta y la leyó en voz alta: ``Queridos abuelos, ustedes siempre hacen que la Navidad sea mágica. Aunque este año estemos solos, quiero que tengamos nuestro propio tesoro familiar, como el que tenía la abuela en sus tiempos, porque ustedes son mi mayor tesoro. Gracias por quererme tanto, los amo´´.
Ana no pudo evitar llorar, y José, que rara vez lloraba…también dejó escapar una lágrima mientras abrazaba a su nieta con fuerza. Aunque sólo eran tres, las risas y el amor llenaron cada rincón de la casa. El amor de una niña como Ainara podía hacer que cualquier Navidad volviera a brillar. Desde ese año, la nueva caja de tesoros se convirtió en una tradición. Así, cada Navidad, Ainara y sus abuelos añadían un pequeño tesoro, recordando que los regalos no se comprar, sino que están en el corazón.
Autor: Aiman el Fouki.
Título: El árbol de los deseos.
Curso: 3º ESO B.
En un pequeño pueblo, cubierto de nieve, justo antes de la Navidad, se celebraba una vieja tradición: cada año, los habitantes decoraban un abeto gigante en la plaza central. Pero no era un árbol cualquiera; lo llamaban el árbol de los deseos. Cuentan que quien colgase en él un deseo escrito desde el corazón, podría verlo cumplido si su intención era pura.
Este año, como siempre, el pueblo entero se reunió para adornarlo. Luces doradas, esferas brillantes y guirnaldas de colores relucían bajo la luz de la luna. Pero había un niño llamado Nico, que aunque ayudara a decorar el árbol, parecía más callado que de costumbre. Nico vivía con su abuela, quien desde hacía meses estaba enferma. Esa noche, mientras todos reían y cantaban villancicos, él se acercó al árbol, sacó un pequeño papel de su bolsillo y escribió:
``Querido árbol, no quiero juguetes ni dulces. Sólo deseo que mi abuela se cure y que podamos hacer galletas juntos otra vez.´´
Dobló el papel y con ayuda de un vecino lo colocó en una de las ramas más altas. Después, regresó a su casa, donde su abuela lo esperaba con alegría, a pesar de su fragilidad. Al día siguiente, el pueblo despertó cubierto de una nevada enorme. Nico se apresuró a buscar a su abuela, quien para su sorpresa estaba de pie en la cocina, amasando harina para hacer sus famosas galletas de jengibre. Nico no podía explicarlo, pero sabía que su deseo había sido escuchado. Aquella Navidad fue la más feliz que recordaba. El árbol de los deseos brillaba más que nunca.
Desde entonces, Nico nunca dejó de creer en la magia de la Navidad y aprendió que el verdadero espíritu de estas fechas no está en recibir, sido en desear y dar las gracias desde el corazón.
Autor: Jorge Vilas.
Título: El grinch perdido.
Curso: 1º ESO E
Hace muchos años, un grinch llamado Ringo, vivía en lo alto de las montañas, en una casita pequeña que se había había construido él solo, sin ninguna ayuda. Su cara era muy pequeña y destartalada. Ringo siempre estaba enfadado y serio, y no tenía amigos ni a nadie que le quisiese de verdad. Ringo odiaba la Navidad, y cada vez que los habitantes de la ciudad Perlina cantaban villancicos, él se enfadaba más y más, porque odiaba la Navidad, las risas y la alegría de los vecinos.
Ya estaba todo decorado con luces brillantes y árboles enormes, que iluminaban cada rincón y cada jardín de la pequeña ciudad al norte de Canadá. Ringo, el grinch verde, tenía su huerto, donde cultivaba vegetales y vivían cinco gallinas, que le daban huevos, junto a la cabra Catalina, que le daba leche. En el bosque donde vivía también había nevado. Ringo acudía a la ciudad para lo imprescindible. Un día, mientras intentaba espantar a un grupo de conejos que habían hecho su madriguera cerca de casa, encontró una pequeña caja envuelta en papel de regalo. La caja esta abandonada en la nieve. La cogió y la llevó a su casa.
-¡¡La basura la dejaron aquí!! - Refunfuñó el grinch mientras quitaba el lazo que decoraba la caja.
Dentro de la caja había una nota donde se podía leer lo siguiente: ``Para quien más lo necesite, un poco de alegría navideña´´.
Ringo bufó y dijo: ``Yo no necesito alegría´´. Pero algo en su interior despertó y dejó la caja sobre la mesa.
Esa noche empezó a suceder algo extraño cada vez que Ringo miraba la caja, y es que cuando lo hacía, sentía un calorcito especial en su pecho. Al día siguiente, mientras cargaba leña, escuchó risas en el bosque. Sigilosamente observó a un grupo de niños jugando en trineos y cantando canciones. Algo lo conmovió, aunque intentó ignorarlo.
Al día siguiente recibió una visita inesperada. Dos hermanos pequeños, llamados Leim y Tom, llegaron a su cabaña pidiendo ayuda. Aunque al principio fue grosero, Ringo no puedo evitar sentirse responsable y les ofreció un lugar junto al fuego donde esperar a sus padres. Los hermanos hablaron sobre la Navidad y sobre su significado: compartir momentos, amor y felicidad. Entonces Ringo recordó su soledad, y cómo en épocas anteriores añoraba tener verdaderos amigos.
Cuando los padres de Leim y Tom llegaron a por sus hijos, dejaron un pequeño adorno: era un estrella brillante para que recordase que la Navidad siempre trae luz. Entonces, el malhumorado grinch tomó una decisión inesperada, y en vez de esconderse salió hacia la ciudad el mismo día de Navidad.
Cuando lo vieron, los habitantes se asustaron un poco, pero cuando vieron que llevaba la caja de regalo y una gran sonrisa, lo invitaron a unirse a la celebración. Por primera vez, Ringo probó el chocolate caliente, cantó villancicos y decoró un árbol. Desde entonces, y cada año, Ringo se convirtió en el anfitrión de las fiestas más alegres del bosque. Su cabaña se llenó de amigos, de risas y de luces.
El gruñón solitario se había encontrado con una versión de sí mismo que no conocía. Ahora era alguien amado por todos.
Autor: Raúl Cudero.
Título: Los renos rabiosos.
Curso: 1º ESO F.
Érase una vez, un niño de doce años llamado Georgie. El 24 de diciembre de 2024, Georgie estaba ansioso por ver los regalos. Cuando se fue a la cama, se quedó toda la noche despierto por la emoción de que al día siguiente abriría muchos regalos.
Durante la mañana estaba muy impaciente…pero cuando fue a ver, no había ningún regalo. Desesperado, se lo contó a sus padres y a su hermana Aura, pero ellos tampoco sabían por qué no había regalos. Se lo contó a todos sus amigos y se dio cuenta de que no había sucedido sólo en su casa, sino que no había regalos en ninguna de las casa de su ciudad. Por la tarde, a las 17.30, salieron a jugar un partido, cuando a lo lejos vieron a un grupo de renos muy alterados.
-¿Qué harán ahí los renos? ¿Por qué están tan alterados?- Se preguntó Marc, el mejor amigo de Georgie.
Los niños fueron corriendo a ver a los renos. Cuando consiguieron atraparlos, se dieron cuenta de que cada uno tenía un trozo de papel. Poco después, Marc se dio cuenta de que los trozos de papel formaban una carta en la que podía leerse:
``Ayúdenme a recuperar a mis renos, os lo ruego. Firmado: Santa Claus.``
Todos los niños quería leer la carta, hasta que uno de ello advirtió de las coordenadas que se encontraban en la parte de atrás: 66º30`05``N25º44´05´´.
Después, los niños alimentaron y dieron de beber a los animales, para tranquilizarlos. Georgie se acercó a uno de ellos, y sus amigos se ofrecieron al instante para llevar a los renos a su hogar. Georgie y sus amigos no dudaron en viajar al lugar indicado en las coordenadas. Durante la travesía, se toparon con un gran bosque nublado y extenso, que impedía llegar al destino. Finalmente lograron cruzarlo, encontrando la salida, pero habían perdido a uno de los renos. Lo buscaron durante horas y horas, pero no lo encontraron.
Marc, fijó la mirada en uno de los renos, que a su vez miraba fijamente una carta tirada en el suelo en la que se podía leer:
``Sy enkontar al reno kieres concejuir, esta karta deverás de correjir´´.
Intentaron corregirla, hasta que Marc, el más listo del grupo dio con la respuesta: Si encontrar al reno quieres conseguir, esta carta tendrás que corregir. Mac dejó la carta en su sitio, en el suelo, y el reno apareció al lado de Santa Claus, que los recibió. Ahora les quedaba un largo camino de vuelta a casa…
¿Sabéis qué? Cuando llegaron, todos los regalos de todas las casas de la ciudad estaban debajo del árbol.
Autora: Daniela Mansilla.
Título: Navidad bajo la lluvia.
Curso: 1º ESO D.
En el pueblo de Alboraya, las calles seguían marcadas por el paso de la DANA. Allí, las lluvias torrenciales había dejado a muchas familias sin hogar y las calles estaban llenas de lodo. Los vecinos se enfrentaban a una Navidad con tristeza y con pocas esperanzas de poder celebrarlas.
Clara, de 10 años de edad, veía el desánimo y la tristeza en la cara de sus familiares y amigos, pero ella, que no estaba conforme, decidió hacer algo al respecto. Rescató luces y adornos de entre el barro y los escombros, ya que pensó que podían usarse. Con ayuda de sus amigos, empezó a decorar un viejo árbol en el parque. Poco a poco se fueron uniendo los vecinos, que fueron aportando lo poco que les quedaba. Como recibieron muchos adornos de donaciones, pudieron decorar e iluminar todo el parque. El 24 de diciembre el parque brillaba como nunca, y las familias y amigos se reunieron allí bajo el árbol, compartiendo lo que tenían, como una familia, cantando y comiendo en una enorme mesa llena de amor.
Los niños, que habían perdido sus juguetes, recibieron regalos donados desde toda España. Clara se dio cuenta de que la tormenta había dejado cicatrices, pero también les había dejado una gran enseñanza: la verdadera Navidad no está en las cosas materiales, sino en la unión y en la esperanza, en un pueblo unido. El pueblo entero, entre abrazos y villancicos sintió el verdadero espíritu de la Navidad, y agradeció a Clara por recordar que la esperanza es lo último que se pierde.
Autora: Iria Fernández.
Título: Una historia de Navidad.
Curso: 1º Bachillerato.
Nos volvemos a encontrar, tú y yo, como cuando estábamos rotos. Ahora por fin siento las estaciones y el frío del invierno, que cala
mis huesos de forma tan profunda y rápida que ni con el corazón ardiente me caliento. Voy caminando por estas calles que siempre han estado y nunca he conocido de verdad. ¿Mi dirección? Esa casa en la que crecí físicamente y en la que me rompí emocionalmente.
Queda poco para llegar y ya se ven las luces tintineantes y amarillentas de las ventanas del que fue mi hogar antes de marcharme y cumplir con esa ley de vida que tenemos cuando llegamos a la edad adulta. Se puede decir que, después de tanto tiempo sin ver a mi familia; mis padres, abuelos, tíos… hay una pequeña emoción en alguna parte de mi alma que no quiero encontrar. El rencor y el recuerdo del sufrimiento vivido hacen que las ganas de fingir sonrisas y dar abrazos este año no se cumplan.
Recuerdo todos los gritos por parte de mis padres que se ocasionaron por culpa de mi tonta idea de seguir un sueño bañado de tinta y letras, aunque creo que hice bien en tragarme las lágrimas, no rendirme y seguir hacia delante, porque si no, no estarías leyendo esto. Pero cambiemos de tema.
La noche ya casi está cerrando el día y las aves que cantan me sobrevuelan por encima, lo que hace que eleve la cabeza y sonría. Cuando vuelvo mi mirada al frente, lo vuelvo a hacer: sonrío. Aún no entiendo cómo el sólo hecho de ver aves volar me provoque la acción tan tonta e infantil de sonreír, pero supongo que así somos los humanos, estamos hechos de acciones tontas e infantiles y creo que sin ellas no seríamos lo que somos de forma tan única.
El vaho sale por mi boca y me recuerda eso que pensaba con mis amigas cuando era pequeña, que entre mis labios había un cigarrillo y el vaho del frío era tan sólo humo que contamina. Vuelvo a sonreír. Las manos con guantes en los bolsillos de mi abrigo, la nariz roja y mi paso lento y resonante por estas calles silenciosas me recuerdan a cuando jugaba fuera de casa hasta tarde y me terminaba por resfriar por culpa del frío. Vuelvo a sonreír. Inspiro lentamente y huelo, ya cerca de mi casa, esa comida típica que mamá hacía siempre para Navidad y que, aunque muchas veces no nos entendíamos, la hacía porque sabía que me encantaba. Y de forma involuntaria, vuelvo a sonreír.
Me encuentro enfrente de la puerta negra que me daría paso a entrar en casa una vez que toque el timbre, pero el recuerdo del porqué me fui me invade, al igual que las ganas de dar media vuelta y esperar en la parada al primer autobús con destino: lejos de aquí.
Alguien abre la puerta y me encuentro con mi madre, con esos ojos castaños medio oscuros, esas arrugas que eran el signo de que edad no perdona; me miraba con los ojos brillantes, llenos de ese líquido salado que tantas veces he derramado por su culpa y, ahora que la tengo enfrente, no puedo echárselo en cara porque es mi madre y, fuera lo que hubiese pasado, me sigue queriendo, igual que yo a ella. Por esta noche estoy dispuesta a dejar todo donde debería de estar, en el pasado y centrarme en que, por primera vez en años, me apetece un abrazo suyo.
Lo hago, la abrazo y también sonrío. Entramos juntas al cálido ambiente navideño que se cocina entre las paredes de mi hogar y parece que nada ha cambiado, tan sólo las caras de sorpresa de mis familiares que me ven aparecer de la mano con mi madre.
Mis tíos me abrazan con alegría, mis primos pequeños se acercan desde el sofá donde estaban reunidos cantando villancicos, mis abuelos se acercan y a escondidas me dan algo de dinero que no necesito pero que siempre regalan como si les sobrara.
La cena ya está en las mesas, tanto en la de los niños como en la de los adultos y, aunque todos se van sentando y mi madre espera impaciente a que lo haga yo también, no lo hago. Me dirijo hacia la mesa donde se encuentran mis primos pequeños y, aunque casi les duplico la edad a cada uno de ellos, me siento y me invade esa nostalgia infantil. Lo hago, sonrío. Y es que, me he dado cuenta de que en días como este nos fijamos en lo que nos rodea de forma más detallada. Así que si tuviera que definir el día de hoy, la Navidad en sí, solo usaría ciertas palabras que engloben todo lo que para uno significa: sonrisas, familia, detalles, nostalgia y lo más importante, recuerdos. Recuerdos de nuestra infancia.
Mi madre me mira desde su mesa y yo hago como que no sé que lo hace, mientras que les cuento historias a mis primos sobre caballeros antiguos, poetas o historias navideñas como la que estás leyendo ahora mismo, sólo que ésta tiene su magia para reflexionar.
El día de hoy, estando otra vez en casa y con las personas que me han visto crecer y han estado en cada una de mis etapas- incluso las más alocadas- me doy cuenta de que quizá, solo quizá, no me debería de haber ido. Aunque supongo que las idas son lo que nos hace y forma como si fuéramos arcilla moldeable.
En días como este me da miedo incluso admitir que le tengo terror al paso del tiempo y que la Navidad significa el fin de una etapa y el comienzo de otra. Que me da miedo crecer y mirar hacia atrás y darme cuenta de que no soy esa niña a la que le gustaría fumar sólo para hacerse la interesante. Que me da miedo el mundo en general, porque somos personas tan complejas que ni nosotros mismos nos comprendemos muchas veces.
Por eso mismo, hoy quiero dejarlo todo, todos los miedos y volver a ser una niña que encuentra amor en cosas tan insignificantes como valiosas. Dejar leche con galletas a los reyes magos, montar el árbol en los inicios de diciembre, despertar temprano para abrir regalos, reír tanto hasta que la tripa empiece a doler…
En el día de hoy contemplaré el fuego de la chimenea, escucharé a mis abuelos, jugaré con mis primos y daré todo el amor que pueda, intentando compensar el tiempo que no he estado. En el día de hoy no seré la escritora rota que acostumbras leer, en el capítulo de hoy seré la escritora con la vida bonita y valiosa que me gustaría tener.
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